jueves, 12 de noviembre de 2015

Alberto Constante presenta: IMPOSIBLES DE LA FILOSOFÍA FRENTE A HEIDEGGER

La dirección para bajar gratis el texto es:
https://www.academia.edu/18212230/Imposibles_de_la_Filosof%C3%ADa_frente_a_Heidegger


Este libro trata, entre otras cosas, de la imposible recepción de Heidegger en México, así como del periplo mexicano que evitó, durante 25 años, la publicación de la segunda traducción de Ser y tiempo al español, que ya había hecho Eduardo Rivera. 
Este libro trata de algunas de las razones por las que Heidegger sólo fue visto de manera sesgada, lateral, y que la incomprensión de su pensamiento no dislocó el orden de las cosas en nuestro país, yo sólo apunto cinco: el fuerte compromiso teórico de José Gaos con Ortega y Gasset, que le impidió ver claramente la trascendencia del pensamiento de Heidegger; la confusión entre la Seinsfrage y la búsqueda del ser del mexicano; el posicionamiento del existencialismo francés que hizo que a Heidegger se le leyera justo como existencialista o bien como el forjador de una antropología; la falta de una tradición filosófica que alimentara, fuera de las modas, un pensar que calaba en lo más profundo del quehacer filosófico. Y, finalmente, una arquitectura editorial anquilosada que funcionó como un dispositivo de poder y que impidió durante más de 25 años otra traducción que aligerara el peso enorme de la comprensión y de su dimensión, para quienes no leían en ese entonces el alemán. 


martes, 10 de noviembre de 2015

43: UNA VIDA DETRÁS DE CADA NOMBRE

La visibilización de un crimen de Estado

Alberto Constante





Recibí un libro. Todo en él designa el tema mismo de que trata y por qué lo trata: 43: Una vida detrás de cada nombre.
Quisiera no haberlo recibido quizá porque como muchos, lo único que quisiera es olvidar, pero la realidad, esta realidad de los 43 desaparecidos, por más que queramos, está ahí, con una fuerza inaudita que mantiene su presencia. ¡No podemos olvidar, no debemos olvidar! Los 43 desaparecidos de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos trae consigo no sólo lo absurdo de la razón de fuerza que niega los hechos, sino que también acarrea a la memoria una larga, larguísima historia de desapariciones en todo el país, una narrativa de impunidad, de alianzas silenciosas, fragmentarias, formas múltiples de componendas que han creado laberintos infinitos para que finalmente en una montaña de papel y de infinitas líneas de investigación que no conducen a ninguna parte, ya no se encuentre nada. Quizá de lo único que tenemos certeza es de la falta de gobierno. El pacto social quebrantado, la desconfianza en las “autoridades” fracturada y el desencanto civil atravesando los cuerpos y el futuro.
Y estas no son meras palabras, es una reflexión sobre cada uno de los nombres que tienen igualmente rostro e historia, poner rostro, y biografía, sea de manera poética, ensayística o simplemente biográfica es extraerlos a una escena visible, es sonorizar la escena visual, como decía Deleuze, visibilizarlos aún más para que estén ahí, delante de nosotros, reclamando la inacción, el silencio cómplice, la hipocresía de las buenas conciencias, de la gente decente, de las morales infinitas que acompañan los actos menores pero antes estos actos mayores guardan un silencio culpable.
43: Una vida detrás de cada nombre, es una puesta en escena, una suerte de historia que se anima mediante el dolor y que salta en cada grito a una escena visual, a una visibilidad, y de una visibilidad a un grito. Este libro trata de esto, de visibilizar los nombres, los rostros, las historias de cada rostro y de cada nombre, es un libro que trata de monumentalizar la desaparición misma para que todos la veamos y la entendamos como uno de los actos más brutales de que se tenga historia en nuestro país y en el mundo contemporáneo.
Este libro trata de eso, de la visibilización de la desaparición de 43 jóvenes que han querido ser sepultados innumerables veces sea por los medios de comunicación, por los comentaristas, por la gente misma, por miedo o por complicidad cretina. Es cierto como apunta Alejandro Solalinde en el prólogo de este libro: “Se quedó congelado el momento de la desaparición forzada, como acusación perpetua del crimen flagrante del mal gobierno. La agresión contra jóvenes críticos, disidentes, antisistémicos… rebeldes anticapitalistas, fue brutal. Las escuelas normales rurales están en la mira y este gobierno no descansará hasta desaparecerlas. Paradójicamente el mismo gobierno que quiso desaparecer a estos jóvenes, los hizo más presentes. Pero en ello mostró un grado de deshumanización tan extremo que ni siquiera se ha permitido el llanto debido a unos restos humanos”. (p. 9)
Solalinde señala que “En este libro se aprende que desaparecer o matar a los estudiantes es como desaparecer y matar a toda la humanidad”, y no le falta razón,  una muerte es todas las muertes. No podemos permanecer indiferentes ante estos crímenes, hay que seguir visibilizando las atrocidades para que en algún momento estas paren, en eso consiste el esfuerzo de este libro, en esto radica lo valioso de un instrumento llamado libro que posee los 43 rostros, las 43 historias, los 43 nombres, las 43 vidas desaparecidas y puestas en esa escena del dolor que ahora llamamos literatura. Porque ahora que la lengua se ha hecho opaca, ahora que la resonancia de las palabras parece quedar enmudecida, se requiere del trabajo detallado, microscópico de la literatura, como decía Piglia. Es decir, la literatura es siempre una respuesta vital, porque es una lucha contra el lugar común, contra lo predecible, lo dicho, contra las formas ya decantadas y petrificadas. Esta es la lengua de los políticos, y por ello la contestación de la literatura que todas las veces enfrenta el uso anquilosado de las palabras.


No es una casualidad que la literatura, a través de sus creadores se ponga en marcha en este libro, aquí se trata de eso, de escribir poniendo el corazón, el talento y la indignación soberana al servicio de esta causa, son estos poetas y escritores, filósofos e historiadores quienes hacen visible a los 43: Una vida detrás de cada nombre, poniendo sus propios nombres y su vida: Reyes Rojas, Verónica Volkow, Josefina Estrada, Eduardo Milán, Alejandra Méndez, Esther Hernández Palacios, Diana Ávila Hernández, Antonio Calera Grobet, Ernesto Castañeda, Eduardo Cerdán, Enrique Padilla, Andrés Piña, Amado Peña, J.E. Meneses, Xavier Villanova, Estela Castillo, Eloisa del Mar Arenas, Agustín del Moral, Melba Sonderegger, Sandro Cohen, Guillermo Nathaliel Meneses Sosa, Hugo López Araiza, Hazel H. Guerrero, Pablo Alarcón-Cháires, José Pulido, Claudia Morales, Roberto Culebro, Edith Negrín, América del Valle, Sandra Martínez, Juan Hernández, Ximena Cobos, Rosario Hernández, Víctor Hugo Vázquez, Alberto Chimal, Germán Ceballos, Enrique García Meza, Alfonso Valencia, Fátima Villalta, Mariana Lara Banuet, Estrella del Valle, Virginia Sánchez, Moisés Hernández, Malva Flores, Xochitl Juárez, Tzuyuki Flores, Gabriela Conde, Alejandra del Castillo, José Antonio Manzanilla, Moisés Castillo, Víctor Toledo, Mónica Torres Torrija, Alejandro Solano Villanueva.









Alberto Constante presenta: MICHEL FOUCAULT: EL LENGUAJE DE LA TRANSGRESIÓN

Lo que Usted podrá leer en el Nº 30 de la revista digital Reflexiones Marginales, saberes de frontera

Michel Foucault, el lenguaje de la transgresión

Alberto Constante


Luis E. Gómez, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica, Ed., El Lirio/UNAM, México, 2015

Les Mots et les choses tiene un subtitulo deslumbrante: “Una arqueología de las ciencias humanas”. El prefacio, recuerdo, despliega la obra no como una historia que narra hechos, sino como una arqueología cuyos problemas de método se irán deshilvanando en una obra posterior: La arqueología del saber. Si nos vamos un poco atrás, advertimos que en La historia de la locura en la época clásica, Foucault ya plasmaba su práctica de la historia justo como una arqueología del saber. La arqueología se ocupa de las epistemes, en las que los conocimientos son abordados sin referirse a su valor racional o a su objetividad. En ese sentido, la arqueología no se ocupa de la enorme pléyade de conocimientos que pretenden una objetividad, y que sólo encuentran sentido en el presente de la ciencia.
La arqueología es una historia de las condiciones históricas de posibilidad del saber. Éstas, como dice Foucault, dependerían de la “experiencia desnuda del orden y de sus modos de ser”.[i] Entre los “códigos fundamentales de una cultura” y las teorías científicas y filosóficas que explican por qué hay un orden, existe para Foucault una “región intermedia” – “anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos que deben traducirla con mayor o menor exactitud [...]; más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más verdadera que las teorías”[ii] – que fija, como experiencia del orden, las condiciones históricas de posibilidad de los saberes. La arqueología se propone analizar, precisamente, esta “experiencia desnuda” del orden.
            Por qué digo todo esto? Porque estoy persuadido de que el libro que Luis E. Gómez ha coordinado, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica,[iii] es justo un articulado fundamentalmente arqueológico (aunque está lo genealógico, sin duda), lo señalo porque me parece que todos los textos están motivados por un movimiento del pensar que atiende a esa “región intermedia” en donde es posible advertir esa “experiencia desnuda” de ese orden al que se refiere Foucault y que habría en ellos mismos, latiendo, una de las formas de la transgresión.
En este ámbito, sólo quiero destacar algunos de los textos que me llamaron poderosamente la atención, y señalo esto porque no quiero desdeñar ninguno. Uno de ellos es el de Alan Arias, justo por la fuerza del análisis y de la tesis sostenida, polémica, esforzada, tan bien construida que casi me convence de esa filosofía de la vida que él lee en Foucault, pero que, como el mismo dice, es “escandalosamente tangencial”.[iv]
Igual el diálogo imposible que logra Guillermo Pereyra entre Derrida y Foucault en su texto, aunque el escrito mismo es como el autor escribe: “un pensamiento de la huella, y la huella no tiene origen ni un fin, puesto que una huella es huella de otra huella”.[v] Me atrevo a señalar que eso es justo el territorio de la interpretación, el punto de inflexión desde donde podemos pensar y el autor lo logra de manera extrema, de forma provocativa y seductora. Y qué decir, del artículo de Maya Aguiluz, agudo, profundo, en el que aborda la cuestión de la “formación del sujeto” en los planos de la individuación y “el de la emergencia ética y política del sujeto-cuerpo”.[vi]
            Sin querer excluir a ninguno de los que aquí escriben, diría que en pocas ocasiones he podido asistir a una mostración de ese lado lúdico del pensamiento de Michel Foucault, un pensamiento que sigue siendo inmarcesible a las etiquetas, a las soluciones rápidas, a los entrejuegos, o a las líneas de fuga, como quería Deleuze. Sin embargo, me percato del carácter del Coloquio Internacional “Foucault veinticinco años después” que Luis E. Gómez tuvo a bien promover, pues el juego con el pensamiento de Michel Foucault, la puesta en escena en la que dio inicio ese Coloquio, y que hoy se vierte en este libro, estoy seguro que fue entendido como una “caja de herramientas”, al menos así lo señala el propio Luis al final de su introducción.[vii]
Pienso que fue así porque los textos que ahí se presentaron y que ahora podemos leer en este libro, Michel Foucault. De la arqueología a la biopolítica, con mayores o menores correcciones, decantados por el paso del tiempo, mantienen ese espíritu.
Esto se evidencia cuando nos asomamos a los lenguajes con los que fueron escritos los textos, pues ellos nos dicen de inmediato que escribir en foucaultiano, es decir, que repetir las formas lingüísticas, las metonimias, los ripios, las fórmulas construidas, el lenguaje foucaultiano, en suma, no es garantía de una fidelidad teórica, sino, más bien, de las variadas formas de repetición en la que por desgracia se ha tornado su pensamiento. Al parecer esto nadie lo cuestiona, la academia es perversa en este sentido, justo porque ese lenguaje se institucionaliza, se legitima, queda canonizado y poco pensado, llegando a establecerse, como signo de un buen seguimiento, de rigor filosófico, la mímesis del lenguaje, sólo para reificarlo, al tiempo que queda relegado el sentido del lenguaje, dejándolo sin pensar. El texto de Luis E. Gómez, como otros más, es una forma contraria a esa soldificación del pensar de Foucault, se nos muestra como un precipitado contrapuntístico, porque éste es un escrito que está pensado desde los márgenes del lenguaje foucaultiano, se necesita haber comprendido en su amplitud a Foucault para poder hacer una biografía política de este pensador, y no caer en los lugares comunes, en la sobada división de su obra, por ello este texto es, no sólo arriesgado, sino transgresor de la medianía filosófica en la que se le ha colocado a Foucault.
Ángel Gabilondo ha escrito que el “llevar al límite las posibilidades de este pensar, implica un auténtico tomar la palabra en el que el análisis estricto del decir como discurso resulta insuficiente”.[viii] Y esto es exactamente lo que leemos en este libro que hoy presentamos. Creo que no podía ser de otra manera. Pues como el mismo Foucault señaló: “[…] no se trata de construir un sistema sino un instrumento, una lógica propia a las relaciones de poder y a las luchas que se comprometen alrededor de ellas; - que esta búsqueda no puede hacerse más que poco a poco, a partir de una reflexión (necesariamente histórica en algunas de sus dimensiones) sobre situaciones dadas”.[ix]

El libro Michel Foucault. De la arqueología a la biopolítica es exactamente eso, una estrategia, un instrumento, un centelleo, una lógica en la que se han vertido las luchas que se dan alrededor del poder. Este libro, sin más, es la exigencia de cómo alojar una palabra, un pensamiento, como si éstos no hicieran más que animar, por algún tiempo, un segmento sobre esta trama de posibilidades innumerables. Este libro, en lo que me gusta, me dice cómo es que se debe pensar con Foucault: hacer de la teoría una “caja de herramientas”.
El libro Michel Foucault. De la arqueología a la biopolítica es exactamente eso, una estrategia, un instrumento, un centelleo, una lógica en la que se han vertido las luchas que se dan alrededor del poder. Este libro, sin más, es la exigencia de cómo alojar una palabra, un pensamiento, como si éstos no hicieran más que animar, por algún tiempo, un segmento sobre esta trama de posibilidades innumerables. Este libro, en lo que me gusta, me dice cómo es que se debe pensar con Foucault: hacer de la teoría una “caja de herramientas”.


Porque si bien el libro recorre una amplia gama de intereses como lo dice el título del mismo, De la arqueología a la biopolítica, me parece que también tiene que ver con el lugar de Foucault, es decir, con lo que nos dice hoy para pensar nuestro presente. Recuerdo que en el famoso encuentro internacional que se organizó en París en 1988, en memoria y como homenaje a Foucault, Cangüilhem señaló que había llegado el momento preciso en que la metodología instrumentada por Foucault, es decir, los análisis del discurso y del poder, así como la genealogía, y, sin lugar a dudas, la interpretación, tendrían que aplicarse a su propia obra. Con ello quedábamos emplazados a llevar a cabo una analítica del discurso sobre el discurso, o una genealogía de la genealogía foucaultiana.[1] Esto no fue más que una expresión de las muchas que se harían en el tiempo al querer descubrir al Foucault verdadero, real, así como establecer la constitución de tesis fuertes en torno al sentido general y definitorio de los escritos de Foucault. Pero la dificultad de definir el espacio de sus reflexiones, de situarlo en un esquema de pensamiento, de establecer cuáles eran esos juegos de verdad en los que el ser humano se piensa a sí mismo cuidándose y ocupándose de sí mismo y de los otros, del decir como zona de emergencia de una verdad posible o de una construcción teórica data este libro que recorre una franja enorme del pensamiento de Foucault: De la arqueología a la biopolítica. Esto sólo con leer los cuatro primeros artículos del libro, el de Luca Paltrinieri, el de Jean Francois Bert, el de Luis E. Gómez y el de Marco A. Jiménez. Todos ellos en esta tesitura, redoblando esfuerzos argumentales para interpretar ese pensamiento
Ya en la introducción que escribe Luis, señala ese conflicto, o más bien, la misma imposibilidad, porque el pensamiento de Foucault es sobre “lo no dicho”. Este libro es entonces un gesto que reconduce el esfuerzo de un pensamiento a sus límites y por ello testimonia las formas en que esa imposibilidad está presente y su problemática siempre abierta pues en el abanico de posibilidades, todos los trabajos ahí tramados, toman una ruta distinta, se conforman en líneas de abordaje tentativos, revisiones de un aparato conceptual siempre cambiante, y de posicionamientos frente a problemas contemporáneos. Quizá lo que nos enseña de inmediato este libro es a recelar de todo lo que se ha canonizado en torno a este pensador que resulta inclasificable.
En la clase del 7 de agosto de 1986, sobre “La cuestión práctica y los postulados de la microfísica del poder”, Deleuze hablaba de las luchas transversales, y con ello quiero  ilustrar el proceso que veo y leo en este libro. Decía que en oposición a las luchas centralizadas aquéllas luchas carecen de representantes, nadie se hace representar, nadie puede decir “yo represento a estos”. Lo que captó Foucault cuando escribió Vigilar y castigar, “Captó algo al menos curioso a través de las prisiones: que las personas no paraban de hablar por los prisioneros, pero que los prisioneros nunca hablaban”,[2] Todo mundo hablaba sobre los prisioneros excepto ellos mismos. “Había una única persona, dice Deleuze, que no tenía derecho a hablar de la prisión: la que estaba o había estado en ella”.[3]
Este libro es como una voz que se multiplica, que se difracciona en múltiples líneas de fuga, aquí no hay una mirada, un gesto, o un sentido que marque el hilo conductor de los textos, no pretende una falsa unidad, una coherencia interna, diríamos que rompe con el estado de la representación soberana, pues no hay una voz que unifique, ni dé encadenamiento a todo lo que aquí se plasma, lo que leemos aquí son voces, cada una, como las de los prisioneros, que hablan desde su propia interpretación del mundo, sabedores de que lo dicho no es más que la expresión de un atravesamiento de procesos, “movimientos de fuerzas”; esos que  de algún modo conocemos y que nos viabilizan a adoptar ese “rol del filósofo” del que hablaba Foucault, un rol que consiste en “ser, sin duda, el diagnosticador de estas fuerzas, diagnosticar la realidad”.[4] Es en este sentido como debemos celebrar este libro.




Notas


[1] Cfr., José Luis Castilla Vallejo, Análisis del poder en Michel Foucault, Universidad de la Laguna, col., Estudios y Ensayos, La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1999, p. 31.
[2] Gilles Deleuze, El poder, curso sobre Foucault, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2014, p. 22.
[3] Ídem.
[4] Michel Foucault, Dit et écrits, (1954-1988), tome II: 1976-1988, Édition publiée sous la direction de Daniel Defert et François Ewald avec la collaboration de Jacques Lagrange, Collection Quarto, Gallimard, Paris, 2001 p. 573




[i] Michel Foucault, Les Mots et les choses, Une archéologie des sciences humaines, Avec un dépliant Collection Bibliothèque des Sciences humaines, Gallimard, 1966, p. 13.
[ii] Ibídem., p. 12.
[iii] Luis E. Gómez, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica, Ed., El Lirio/UNAM, México, 2015.
[iv] Ibídem., p. 315.
[v] Ibídem., p. 366.
[vi] Ibídem., p. 390.
[vii] Ibídem., p. 28.
[viii] Ángel Gabilondo, El discurso en acción. Foucault y una ontología del presente, Ed. Anthropos, Barcelona, 1990, p. 9.
[ix] Michel Foucault “Poderes y Estrategias”. En: Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Alianza Ed., Madrid, 1985, p. 85.



Alberto Constante comentando: ANAFÁBULAS O CAMPO MINADO DE JOSU LANDA

Lo que Usted leerá en la revista digital Reflexiones Marginales, saberes de frontera en el Nº 30



Alberto Constante

Josu Landa, Anafábulas, Textos de Difusión Cultural, Dir. de Literatura, UNAM, México, 2014. 




Dice Ricardo Piglia que “El arte es un campo de experimentación de los lenguajes sociales. La vanguardia se propone, antes que nada, alterar la circulación normalizada del sentido”. Nada más cierto, y el ejemplo de ello es el segundo libro que Josu Landa ha publicado son el nombre de Anafábulas.
Pero ¿qué son las Anafábulas? He de decir que desde el nombre mismo me quedé sorprendido, porque conozco las tradicionales fábulas, esas pequeñas narraciones cuyos protagonistas casi siempre son animales en cuyo caso se resalta una peculiar virtud que puede convertirse en defecto. Estas fábulas creo que todos lo sabemos, son de carácter alegórico y poseen un enorme peso moral. Fabulistas fueron Esopo, de quien recordamos todavía “La zorra y el espino”, “El buen rey león”, “Los monos bailarines”, entre otras. Pero luego vinieron La Fontaine y Félix María Samaniego, del primero cómo no recordar la fábula de “El gato y la zorra”, o la fábula muy aristotélica y, al mismo tiempo, contemporánea de “Nada con exceso”; del segundo, “La gallina de los huevos de oro” que sigue aún en la mente de los políticos, o “Las zorra y las uvas”, que todo mundo confunde con Esopo, o la muy afamada “La cigarra y la hormiga” de la que no aprendimos nada de la moraleja, pero que sigue deleitándonos por la cigarra bohemia frente a la miserable hormiga que tiene la maldita costumbre de prever. Muy moral sajona, protestante, calvinista, frente a la moral católica despilfarradora.
¿Y las Anafábulas?
Sin duda, como todo gran escritor, Josu Landa crea este género. Género literario que ahora nos llena de gozo a quienes disfrutamos del humor negro, del golpetazo verbal, del doble discurso que por un lado se siente dulce pero que conlleva veneno a raudales. Aquí, el escritor es una suerte de antiartista y esto debe ser entendido, como decía Piglia, en el sentido de Gombrowicks y de Macedonio Fernández: no el artista que se autodesigna, sino el que se niega como tal, el sujeto de la pura percepción artística, el que mira a la distancia, el que se opone a la estetización generalizada. Pues si no que lo digan sus anafábulas que no moralizan, ni llevan enseñanzas, ni advertencias, sino más bien una muy bien lograda ironía, feroz sarcasmo ante todo lo que se nos muestra como en “Lección de tolerancia” donde escribe:

Vino, meó y se fue. La Tierra soportó el trago amargo en silencio.

Uno no puede por menos que sonreír o morirse a carcajadas, porque nos habla de nuestro tiempo, de sus dolencias, de su tráfago, de las miradas que podríamos echar sobre mitos que si se dieran en nuestro tiempo resultarían casi imposibles, como en “Conmoción en Transilvania”:

Una peste recorre las tumbas. Menudean las
noticias sobre vampiros muertos.
La explicación resulta sencilla, aunque ha
costado algo dar con ella: intoxicación aguda:
la sangre de muchos de los noctámbulos de
ahora es deletérea: contiene nicotina, plomo,
cocaína, antibióticos, esteroides, cafeína, tri-
glicéridos, alcohol, ácido úrico, residuos de
quimioterapia y alimentos chatarra, coleste-
rol… En las dosis intensas, extraídas bajo pa-
sión, ni los inmortales pueden con ese licor.

Incluso las paradojas filosóficas no quedan absueltas en este trabajo corrosivo, frenéticamente acre, como en “Justicia Filosófica”:

Iba camino a desovar, cuando observó a pocos
metros un gran embotellamiento en la auto-
pista.
Mientras la Tortuga seguía sin pausa, en su
ruta, los automóviles avanzaban media rueda y
paraban. Así, una y mil veces, durante horas.
     -A ver qué dicen ahora los que se burlaban
de Zenón, murmuró el quelonio, cuando ya
casi llegaba a su destino

Josu Landa, juega con el corte de la fábula, incluso podríamos decir que en cada anafábula podemos encontrarnos los dichosos animales como queriendo con ello hacer un secreto homenaje a los fabulistas de antaño. Pero ahora es el siglo XXI, con todo y su horror decadente, y por esto ironiza a favor de otra percepción del mundo donde no se moraliza, ni se edifica a nadie ni se quiere construir una moral. Una anafábula es una construcción esmerada de la incitación interna que guía la escritura de ironía y parodia de la vida real. Con ello tenemos entonces un texto que construye una situación narrativa de una intensidad única porque logra, a través de la utilización de la narración, llevar a esa sátira al lugar de lo político, es decir, de nuestra actuación en el mundo. “Equívoco” es la anafábula con la que abre este libro, dedicada a Javier Sicilia, y nos rompe el corazón:

Se pusieron a matar y matar perros… y la ra-
bia, nada que se acabó.